Traté de sacar la moto para reemprender la marcha, pero no era posible. Le pedí a mi pareja que bajara, y nada. Al bajarme yo por el lado izquierdo de la moto me hundí en el suelo hasta la altura del cuello. Estaba claro que iba a ser muy complicado sacar la moto de allí.
Mi compañero y yo nos pusimos a sacar nieve de la parte trasera de la moto, a fin de tratar de conseguir que ésta saliera marcha atrás, pero nada. Era imposible. Todos estábamos preocupados por las circunstancias. Sólo quedaba esperar que la guía de nuestro grupo se diera cuenta de nuestra ausencia y volviera, cosa que ocurrió a la media hora. Todos volvimos a intentar sacar de allí la moto, aunque tampoco funcionó esta vez, y claro, aunque aquello era una ruta, hay que recordar que estábamos en el círculo polar ártico y no suele circular mucha gente por allí.
De repente vimos llegar una fila de motos de nieve. No era excursionistas como nosotros sino habitantes de la zona. Llevaban motos bastante más potentes que las nuestras y la primera de ellas un curioso aparato que servía para "cargar" en él dos niños pequeños. Amablemente se pararon y trataron de ayudar. Nada. Todo era en vano. Pero el padre de aquella familia nos pidió que apartáramos más nieve esta vez por delante de la moto, cosa que hicimos al momento. Iba a tratar de sacar la moto avanzando. Todos nos miramos con escepticismo viendo la profundidad que alcanzaba la nieve. Ni corto ni perezoso, se subió en mi moto, se apoyó tan sólo con una pierna y las manos, dejando el resto del cuerpo fuera de la moto y abrió gas a tope. La moto comenzó a correr y consiguió meterla de nuevo en el camino. Todos comenzamos a aplaudir , los primeros sus hijos.
Es una pena que no guardemos fotos de ese momento. Hicimos más de 500 en todo el viaje, pero ese momento, debido a los nervios por la situación y el escepticismo que rodeó todo, no quedó reflejado en ningún sitio, tan sólo en nuestro recuerdo.
Tras ello, reconducimos la marcha hacia nuestro grupo que nos estaba esperando a escasos kilómetros del incidente. Desde allí nos dirigimos todos hacia la granja de renos, la cual se encontraba en un camino igual de inhóspito aunque más cerca de la civilización.
Al llegar nos encontramos con un lugar formado por dos edificios, uno de ellos el restaurante y el otro una gran cabaña de madera que se usaba como sitio de reuniones con un gran fuego de chimenea en medio y unos bancos que la rodeaban. Eso y una persona vestida de una forma un tanto peculiar: era un sami, habitante autóctono de la región.
Una vez todos juntos, nos dispusimos a ir a la cabaña, en la cual todos juntos y arropados al calor del fuego, oímos de la voz de aquel sami los orígenes de su región y de los habitantes que en ella viven.
Lo dejo para el próximo post. De todas formas, os muestro la imagen de este peculiar personaje. Y os aviso que la aquí narrada no iba a ser la última anécdota del día.
Hasta pronto
6 comentarios:
Excelente texto y bellas imagenes,
muy frio debe de ser ese pais.
Feliz fin de semana
RMC
Gracia RMC.
Igual te deseo. Pasaré por tu blog a visitarte.
Saludos
¡Que momento! El anecdotario de viajes siempre es colorido.
Gracias por compartir este relato; muy visual. Así es que a pesar de no tener muchas fotos me imagino que esos momentos siempre estarán presente en tu mente.
El de la foto todo un personaje sin duda alguna. Precioso lugar.
Espero te encuentres mejor de tu lesión.
Bsos y a la espera de más historias de viaje.:-)
Ufff... vaya aventura... que susto pasaríais cuando os visteis en mitad de la nieve sin saber como salir.
Lo tuyo son los hidropedales y no las motos de nieve, jajaja.
Un besazo.
Retomando el viaje a laponia, que para eso ando de vacaciones
Así que accidente pelín angustiante... coñe, llama al seprona, no?
Vamos que si a ti te llego al cuello a mi me teneis que buscar con lupa jaja.
Un besito y una estrella.
Mar
Publicar un comentario